Derroche de disciplina
Si tuviéramos que definir a la Orquesta Nacional de Rusia por secciones, deberíamos destacar, sin duda, su extraordinaria, empastada, equilibrada y cálida cuerda y quizá citar a los metales como los instrumentos menos inspirados. Esa fue la sensación más acusada que produjo la escucha de la 'Obertura rusa' de Golovanov, un collage de temas de su país no demasiado interesante desde el punto de vista compositivo, pero tremendamente variado, brillante y festivo.
La orquesta se lució aún más en el 'Concierto para violín en re menor' de Tchaikovsky, que contó con un solista con tantísimo nivel que pudo pasearse con chulería por el virtuosismo que impone la obra. Las triples cuerdas, los grandes intervalos o la peligrosa cadencia del primer movimiento no parecieron suponerle ninguna dificultad. Vadim Repin hizo bailar a su Stradivarius y con él al público, que a pesar de aplaudir a rabiar, no consiguió arrancarle ninguna propina.
Pletnev, de gesto comedido pero eficiente, y lleno de interesantes ideas musicales, sacó chispas a la 'Sinfonía nº 15' de Shostakovich. Realmente sombrío y solemne fue el 'Adagio', lleno de curiosos solos instrumentales. La ironía latente en el 'Allegretto' y el original final en 'Adagio', con una coda llena de finura, volvieron a dejar claro el alto nivel de su orquesta, construído, sin duda, a base de disciplina.
MARÍA JOSÉ CANO