Photo by Mikhail Vaneev

Aug 26, 2010

22-08-2010

Derroche de disciplina

Veinte años de trabajo continuado entre un director y una orquesta es un tiempo más que suficiente para que se conozcan en profundidad y sepan sacarse jugo mutuamente. La Orquesta Nacional de Rusia y Mikhail Pletnev forman uno de esos cada vez menos numerosos matrimonios en el que existe un largo y fructífero compromiso por la música. A ello hay que añadir una importante disciplina que se materializa en una evidente seguridad y en una inigualable pulcritud de ejecución. Si a estas no pocas cualidades añadimos un repertorio como el que ofrecieron ayer en el Kursaal, es fácil suponer el resultado, un magnífico concierto de música rusa interpretado por una sólida agrupación perfectamente regida por un exigente maestro en el podio.

Si tuviéramos que definir a la Orquesta Nacional de Rusia por secciones, deberíamos destacar, sin duda, su extraordinaria, empastada, equilibrada y cálida cuerda y quizá citar a los metales como los instrumentos menos inspirados. Esa fue la sensación más acusada que produjo la escucha de la 'Obertura rusa' de Golovanov, un collage de temas de su país no demasiado interesante desde el punto de vista compositivo, pero tremendamente variado, brillante y festivo.

La orquesta se lució aún más en el 'Concierto para violín en re menor' de Tchaikovsky, que contó con un solista con tantísimo nivel que pudo pasearse con chulería por el virtuosismo que impone la obra. Las triples cuerdas, los grandes intervalos o la peligrosa cadencia del primer movimiento no parecieron suponerle ninguna dificultad. Vadim Repin hizo bailar a su Stradivarius y con él al público, que a pesar de aplaudir a rabiar, no consiguió arrancarle ninguna propina.

Pletnev, de gesto comedido pero eficiente, y lleno de interesantes ideas musicales, sacó chispas a la 'Sinfonía nº 15' de Shostakovich. Realmente sombrío y solemne fue el 'Adagio', lleno de curiosos solos instrumentales. La ironía latente en el 'Allegretto' y el original final en 'Adagio', con una coda llena de finura, volvieron a dejar claro el alto nivel de su orquesta, construído, sin duda, a base de disciplina.

MARÍA JOSÉ CANO

Aug 20, 2010

5-08-2010

Schleswig-Holstein Musik Festival
(3 August in der Reithalle Wotersen)

Stargeiger Vadim Repin verzauberte sein Publikum
Donnerstag, 5. August 2010 04:00

Wotersen (gb). Ein Feuerwerk der Klassik bot sich den begeisterten Zuhörern in der Reithalle auf Gut Wotersen. Eigentlich erlebten die rund 900 Gäste sogar zwei Konzerte in einem:

Bis zur Pause ertönte Kammermusik vom Feinsten, meisterhaft und virtuos dargeboten vom "Polish Chamber Orchestra". Das seit 1973 bestehende, mit erlesenen Musikern besetzte Ensemble kennt und duldet spieltechnisch keine Kompromisse, spielt stets am Limit und so perfekt, dass es - zumindest bei Mozarts Divertimento D-Dur (KV 136) - fast zu viel war. Atemberaubend schnell, ausgesprochen präzise, jedoch mit einem permanenten Legato glatt gebügelt die Ecksätze (Allegro und Presto), dazwischen ein wunderbar gestaltetes Andante.

Der Höhepunkt erfolgte jedoch nach der Pause. Der 1971 in Sibirien geborene Vadim Repin, der mittlerweile mit allen bedeutenden Orchestern der Welt musiziert, zählt zur obersten Liga der Violinkunst. Stilecht, virtuos, teils zigeunerisch verträumt, teils eisern diszipliniert, realisierte Repin den Solopart des Violinkonzertes d-Moll von Felix Mendelssohn. Das Konzert, vom 13-jährigen Mendelssohn komponiert, hat bis auf die "klassischen" drei Sätze keine ausgeprägte Form, vielmehr ist ihr Aufbau von jugendlicher Fantasie geprägt. Dies kostete Repin, in stetigem Blickkontakt und perfektem Einklang mit Orchester, aus.

Den "Teufelsgeiger" ließ er in der Carmen-Fantasie raus: Die Musik von Bizet verarbeitete Franz Waxman, ein Oberschlesier jüdischer Abstammung, der vor den Nazis nach Amerika geflüchtet war und in Hollywood als Komponist Karriere machte. Was Vadim Repin aus diesem Stück macht, kann nur faszinieren. Nach dem Riesenbeifall setzte Repin mit der Zugabe noch eins drauf: Variationen "Carneval di Venezia" von Nicolò Paganini, dem deutschen Zuhörer geläufig als "Mein Hut, der hat drei Ecken".